Se ha hecho muy popular el imaginar la puerta de un pre-adolescente con el cartel de “prohibido el paso”. Sin embargo, parece que los niños cada vez crecen más deprisa y que ese cartel –no siempre físico– aparece más temprano. ¿A partir de cuándo es bueno dejarles ese espacio de intimidad?
La intimidad como tal es inherente al ser humano. Desde pequeños necesitamos tener pequeñas dosis de soledad. Pero ¿qué aporta la intimidad a un niño? Marta Campo, psicóloga infantil, y Luis Lebrusan, psicólogo clínico, nos hablan de cuándo empieza a ser necesaria y cómo deben los padres reaccionar ante esta nueva demanda. “La intimidad entendida como autonomía es necesaria desde los 4 ó 5 años, cuando ya es bueno que tengan su habitación y que entiendan que ese es su espacio en la casa”, aclara Marta. A partir de los 6 ó 7 años, empezarán a querer jugar con sus amigos y “tendremos que empezar a dejar que tengan su tiempo solos, aunque vigilemos desde lejos”.
Pero ¿cuándo llega el momento en que autonomía se convierte en intimidad? Luis afirma que “la edad habitual es entre 10 y 12 años para las niñas y de 12 a 13 años para ellos, es decir, la pubertad”. Luis aclara que la pubertad es un periodo evolutivo “con muchos cambios en el que son más visibles por ser fisiológicos y eso hace que los niños son más conscientes”.
La dificultad para asimilar tantos cambios conlleva a veces un respecto a la figura de sus padres. Es normal y no debe ser entendido como un rechazo hacia al padre sino hacia esa transformación que les cuesta entender. Es importante tener en cuenta también que suelen ser cambios muy rápidos –“incluso dos semanas”, dice Luis- lo que provoca un impacto más fuerte en la mente del niño.
Por tanto, “No es aislamiento, es intimidad. El niño necesita ese espacio para crear su propio yo”, dice Luis. Marta insiste en que “los padres no debemos alarmarnos por ese distanciamiento. Nos van a necesitar siempre pero tenemos que respetar sus ritmos, que sean ellos los que nos busquen aunque nosotros estemos cerca cuando eso pase”.
El siguiente paso será la exploración. Querrán experimentar por si mismos nuevas situaciones que, sí, pueden pasar por reclamar más tiempo con sus amigos o conocer su sexualidad. Frente a estos casos, Luis recomienda escuchar. “No podemos interrogarlos. A veces, la mejor respuesta es el silencio”. Por su parte, Marta se muestra más firme: “Siempre debemos preguntarle y demostrar interés pero encontrando un punto medio entre ser invasivos y no hablar del tema”.
Entonces, ¿nos obliga la pubertad a cambiar la relación con nuestros hijos? “No, las pautas y el vínculo se crean desde que es pequeño pero sí tendremos que evolucionar con ellos y el analizar qué relación hemos construido”, dice Marta. “Hay que generar el vínculo desde el año cero”, insiste Luis, “no puede cumplir 13 años y lanzarnos sobre ellos como halcones… porque sólo servirá para que huyan”.
Esto no quiere decir que, si nuestro vínculo previo no ha sido el adecuado, ya debamos rendirnos a la falta de entendimiento con nuestros hijos. Marta afirma que: “Nunca es tarde pero, si no se ha hecho antes, tendremos que ir poco a poco, ofrecer nuestra comunicación y también aceptar su rechazo. Si nos esforzamos, acabará abriéndose a nosotros”.
Cuando al fin piden su espacio, ¿se convierte su habitación en territorio comanche o podemos poner normas como, por ejemplo, dejar la puerta abierta? “Las pautas viene dadas por cómo lo hemos educado. Si siempre ha cumplido lo que le hemos pedido, se ha ganado poder tener la puerta cerrada y nosotros le debemos confiar en él”, insiste Luis. Esa confianza y “dejarle hacer por si mismo” se traslada también a la propia higiene de la habitación. “Su habitación es suya; la higiene y el orden también”, dice Luis.
No sirve de nada decirle que recoja y luego hacerlo nosotros. Debemos ser coherentes. Si debe recoger él, que lo haga. “Si solo reprochamos pero le ordeno yo la habitación, no habremos conseguido nada”, explica Luis.
Y Marta añade: “Debemos plantearle al niño que su habitación es ahora otra más de sus tareas, como lo era antes poner la mesa. A partir de los 11 o 12 años, debería mantener su habitación limpia por si mismo”. Aunque ¡ojo!, su habitación es suya, para bien y para mal. “Así como debe limpiarla solo, nosotros debemos dejarle que sea suya tanto para estar solo en ella o para personalizarla a su gusto”.
Pero ¿por qué nos da tanto miedo dejarlos solos? “Es inseguridad en el vínculo creado, inseguridad por si lo hemos hecho bien”, dice Luis. Y es que “la propia historia que tenemos con él creará la consecuencia”. Además, insiste el psicólogo, conviene tener claro que los niños se equivocan pero “eso forma parte de su crecimiento, es una cuestión evolutiva y no tenemos por qué rechazarla”.